San Agustín dijo: "El mundo era indigno de recibir al Hijo de Dios directamente de manos del Padre Celestial. Por eso Este le fue entregado a María para que de sus manos lo recibiera el mundo."
San Luis Grignon de Montfort, en su libro Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen Santísima, nos instruye en los beneficios de dicha devoción, la importancia de ella para los cristianos, distinguir entre la verdadera devoción y falsas devociones a ella y explica como es la verdadera devoción y la mejor forma de consagrarnos a ella. Quiero empezar hablando hoy de el rol de la Virgen Santísima en la historia de la salvación.
Todo empezó durante la Anunciación. Durante este evento el Espíritu Santo formó milagrosamente a Jesucristo en María, pero sólo después de haberle pedido su consentimiento. Con esto, Dios le concedió el gran honor a María de ser la Madre de Dios y, por consiguiente, la Madre de la Cabeza del Cuerpo Místico de Cristo y de todos los que formamos parte de él (Montfort, ed. 314, p. 36).
Luego, cuando visitó a su prima Isabel, San Juan Bautista dio saltos de gozo en el vientre de Isabel y esta última se llenó del Espíritu Santo (Lucas 1: 40-42). Fue un prodigio de gracia y santificación que obró Dios por medio de María (Jesús desde el vientre de María bendecía a Juan en el vientre de Isabel).
Después de que Jesús se perdiera y fuera hallado en el templo, el evangelio de San Lucas resume el período de 12 a 30 años de Jesús con esta frase: "Posteriormente continuó obedeciéndoles" (Lucas 2, 51); refiriéndose a María y José. San Luis describe que esta sumisión hasta los 30 años por parte de Jesús a su madre le dio más gloria al Padre Celestial que si hubiera convertido a todo el mundo por medio de grandes maravillas (Montfort, p. 37).
Como olvidar que Jesús empezó sus prodigios en las bodas de Caná de Galilea a petición de su madre (Juan 2: 3-11). De esta forma Cristo, por María, comenzó y continua haciendo milagros. San Luis indica que Jesús en el cielo todavía sigue siendo hijo de María. Y es cierto, Jesús como el mejor de los hijos tiene gran respeto, veneración y amor a su madre. María no le puede mandar, ni exigir nada, sino como madre amadísima le suplica amorosamente lo que desea obtener de El, y jamás pide o desea algo que no este completamente conforme con la Voluntad de Dios (Montfort, p. 41). Los santos llaman a esto omnipotencia suplicante.
Dios ha creado contra el diablo un terrible enemigo que es María (Génesis 3,15), porque ella nos trajo a Jesucristo el cual es el vencedor de Satanás. Y de acuerdo a San Luis, que terrible humillación para el orgulloso Satanás "que sea una sencilla mujercita la que le traiga la derrota por medio de su Hijo que le aplasta la cabeza al monstruo infernal." (Montfort, p. 58). Es por eso, que la devoción a la Santísima Virgen es tan atacada alrededor del mundo y sus más humildes devotos son "pequeños y pobres según el mundo, y aparecen rebajados como el talón, pero la Madre Santísima les obtendrá gracias que aplastarán la cabeza del diablo." (Montfort, p. 60).
San Luis afirma que los grandes apóstoles que vendrán en los futuros tiempos serán formados por la Santísima Vírgen bajo orden de Altísimo para extender el Reino de Dios sobre los impíos y sobre los que todavía no conocen nuestra religión. Estos llevarán en sus labios la espada de dos filos que es la Palabra de Dios, su estandarte es la Cruz, en su mano derecha llevarán el Crucifijo, en su mano izquierda el Rosario, en su corazón los sagrados nombres de Jesús y María y en todo su comportamiento y su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo (Montfort, p. 64).
En conclusión, la Santísima Vírgen continua activa y mediando por nosotros, porque ella desea que amemos más a su Hijo amado y que seamos santos. Nadie que se diga ser cristiano, puede ignorar o repudiar a la madre que lo trajo al mundo, ya que la devoción a la Madre de Dios es la que más fácilmente lleva a la eterna salvación. Los dejo con esta historia:
Fray León (compañero de San Francisco) tuvo una visión de que veía dos escaleras para subir al cielo: una roja y una blanca. Trataba la gente de subir por la primera, pero al llegar arriba y ver la majestad de Dios se venían abajo con terror y espanto. Entonces San Francisco les dijo, "suban por la otra escalera." Al llegar arriba, veían el rostro de la Virgen María, la cual los llevaba de la mano ante el trono de Dios Nuestro Señor.